En los dorados campos de trigo
veo a mi madre, madre,
cortar de en una en una
cada espiga para hacer el pan del cariño y de la comprensión.
Luego los tuesta,
los muele,
los besa,
los toca con los dedos y los amasa,
dejando el fruto de todo
guardado en un fulgurante
y espeso ser que,
tal vez, está vivo
por las delicadas formas que se mueven
dentro de esa cúpula ardiente.
No tengo palabras para describir
lo que veo.
Madre, madre, cuanta dedicación hay en ese trozo de
lienzo en blanco.
Donde tal vez no veo lo que tú ves
pero sí siento lo que tú sientes.
Cada átomo transmite tú mensaje particular,
tú calor,
tú olor,
tú agonía por satisfacer el hambre de tu familia
y el amor de madre, que sólo puede transmitir
aquella que me ha cargado
antes y después de nacer,
aquí,
aquí.